jueves, 4 de diciembre de 2008

Pulquerías del siglo XIX... Murales de Fernando Robles.


Pulquerías del siglo XIX

Murales de Fernando Robles
Cocina del ex Convento de Santo Domingo de Guzmán
Centro Cultural Santo Domingo

Tamales y chocolate


Una de las industrias más importantes de nuestro país que se extendió desde el mundo precolombino hasta tener un gran apogeo en el siglo XIX y su decadencia en el siglo XX es el pulque. En torno a este producto que fue considerado de los dioses y después, durante el porfiriato, fue visto como de uso de las clases bajas, es hoy día prácticamente un objeto arqueológico cuyos vestigios se niegan a desaparecer del todo.

El pulque fue una industria. A su alrededor se generó riqueza para una clase social no afrancesada, se produjo además toda una cultura de prototipos humanos, de celebraciones populares y de éxtasis de ebriedad que dieron un toque particular a la sociedad mexicana. Se generaron a partir del vocablo expresiones sobre la estética del mexicano: "tienes panza de pulquero"; o sobre su gastronomía: "le falta un grado para ser tan nutritivo como la carne". Los elogios al pulque se versificaron en poemas que recogió el pueblo: "Agua de las verdes matas/tú me tumbas, tú me matas/ y me haces andar a gatas". El mundo de una pulquería debió manejar asimismo un lenguaje particular lleno de expresiones como "un tornillo", "una catrina", "un curado"… Las pulquerías del siglo XX ya modernas, ya genéricas dividieron su espacio y pusieron un departamento de mujeres. Por él accedían los niños para comprar el pulque para sus papás. Los dependientes les regalaban caramelos, pensando en que serían los futuros, quizás, pulqueros parroquianos. Y los nombres de las pulquerías eran inspiración y alegoría: "El Cuervo", "El Hijo del Cuervo", "Las Verdes Matas", "Sal Si Puedes".

Las pulquerías se han vuelto lejanas, por lo que hay muchas razones para celebrar la obra de Fernando Robles pues recreó un mundo que conocemos básicamente a partir del legado de los litógrafos del siglo XIX y por supuesto de Posada. Pero si a éstos les fue suficiente el pequeño formato, para Robles el escenario debió ser de grandes dimensiones. Para Robles las pulquerías del siglo XIX son una fiesta en la que participaron diversas clases sociales y variedad de prototipos: lo mismo charros, que peones o "rotos"; lo mismo obreros que campesinos y aguadores. Bellezas locales y artistas del barrio; lugar de celebración y de tristeza. Pero en la pulquería se bebe pulque –valga la redundancia- y el pulque exacerba los sentidos, el pulque embriaga. La felicidad la vuelve júbilo; la tristeza llanto desbordado; el enojo ira incontenible; lo solemne se vuelve comulgación colectiva. El pulque es un catalizador ideal para el mexicano.

La parafernalia del -que fue- mundo real de las pulquerías, en la que participan mujeres que van al mandado y pasan a refrescarse, hasta niños ansiosos de llevarse algo a la panza, la convierte Fernando Robles en un carnaval de calacas y huesos. Niños esqueletos, mujeres esqueletos, hombres esqueletos lucen las más de las veces elegantes trajes y una coqueta belleza. La muerte es bella, dice Robles con su dibujo, la llevamos siempre adentro, es compañera única y multitud. La muerte es nuestra certeza, se divierte y se aburre igual que cualquiera, y como cualquiera siente las mismas penas y se consuela.
Fernando Robles dentro de la mejor tradición de artistas mexicanos nos interpreta y nos exhibe. Y nada de pena hayamos en sus personajes, muy por el contrario, una gran dignidad de saber que así somos y que así morimos los que nacimos en estas tierras de magueyes y paisajes.
Que gran celebración de la muerte, que ver un poco de ella en estos murales. Porque al verla ahí, algo de nosotros encontramos y eso se celebra.

Veinticuatro metros de murales de Fernando Robles que el Centro Cultural Santo Domingo expone en la que fuera cocina del Convento. ¿Qué mejor lugar para esta fiesta?


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